Critica de la Razón Pura (1781)
I. No hay duda alguna que todo nuestro conocimiento comienza con la experiencia. Según el tiempo, pues ningún conocimiento precede en nosotros a la experiencia y todo conocimiento comienza con ella. Pero si nuestro conocimiento inicia con la experiencia, no por eso puede originarse todo bajo la experiencia; lo que se ha tratado siempre de discutir es que si hay conocimiento semejante. Independiente de la experiencia y aún de toda la impresión de los sentidos. Esos conocimientos se llaman a priori que se distinguen de los empíricos, que tienen sus fuentes a posteriori, bajo la experiencia.
Hay algunos
conocimientos derivados de la experiencia, de los que suele decirse que
nosotros somos a priori participes o capaces de ellos, porque no los derivamos
inmediatamente de la experiencia, sino de una regla universal, la cual hemos
sacado de la experiencia. Así como el ejemplo de una casa construida en arena,
diríase que pudo saber a priori que la casa se podría venir abajo, es decir,
que no necesitaba esperar la experiencia de su caída real. Pero a priori no
podía saberlo, pues tenía que saber por experiencia que los cuerpos son
pesados y por tanto que cuando se les
quita el sostén, caen.
Cuando se habla de
conocimiento a priori no se refiere a los que tienen lugar independientemente
de esta o aquella experiencia, sino absolutamente de toda experiencia. A estos
opónense los conocimientos empíricos o sea los que no son posibles más que a posteriori.
Los conocimientos a priori los podemos asignar como puros en los cuales no se
mezcla nada empírico.
II. En esta parte tratemos
de distinguir un conocimiento puro de uno empírico; cierto es que la
experiencia nos enseña que algo está constituido de este u otro modo. Así pues,
primero: si se encuentra una proposición que sea pensada al mismo tiempo con su
necesidad, es entonces un juicio a priori. La experiencia no da jamás a sus
juicios de universalidad verdadera o estrica, sino sólo admitida y comparativa
(por inducción). Si un juicio es pensado con estrica universalidad, de suerte
que no se permita como posible ninguna excepción, entonces no es derivado de la
experiencia, sino absolutamente a priori.
III. La filosofía necesita
una ciencia que determine la posibilidad, los principios y la extensión de
todos los conocimientos a priori. En estos últimos conocimientos, que se salen
del mundo de los sentidos y en donde la experiencia no puede proporcionar ni
hilo conductor ni rectificación alguna, es dónde están las investigaciones de
nuestra razón, en su intención última que todo lo que el conocimiento puede
aprender en el campo de los fenómenos.
Estos problemas
inevitables de la razón pura son: Dios, la libertad y la inmortalidad. La
ciencia cuyo último propósito, con todos sus argumentos, se endereza sólo a la
solución de esos problemas, se llama metafísica.
En el abandono del
campo de la experiencia, no se levante un edificio con conocimientos que se
poseen sin saber de dónde y sobre el crédito de principios, cuyo origen no se
conoce, sin antes asegurado, por medio de cuidadosas investigaciones, la
fundamentación de dicho edificio; ya que, por tanto, se habrá lanzado hace
tiempo la cuestión de cómo el entendimiento puede llegar a todos esos
conocimientos a priori. La matemática es
un claro ejemplo en la que podemos ir en el conocimiento a priori,
independientemente de la experiencia. Ella se ocupa sólo de objetos y
conocimientos que se pueden exponer en la intuición. Pero esta circunstancia
pasa fácilmente desapercibida, porque esa intuición puede ella misma ser dada a
priori y por tanto se distingue a penas de un mero concepto puro.
De igual modo abandonó
platón el mundo sensible, porque éste pone al entendimiento estrechas
limitaciones y se arriesgó más allá, en el espacio vacío del entendimiento
puro. Quizá la mayor parte de la labor de nuestra razón consiste en el análisis
de los conceptos que ya tenemos de los objetos. Ella nos proporciona una multitud
de conocimientos que, aunque no son más que aclaraciones o explicaciones de lo
que ya estaba pensado en nuestros conceptos, son apreciados, sin embargo, al
menos según la forma, al igual que conocimientos nuevos, aunque por la materia
o el contenido, no amplían, sino solo dilucidan los conceptos que tenemos.
IV. Los juicios analíticos
(afirmativos) son aquellos en los cuales el enlace del predicado con el sujeto
es pensado mediante identidad. Aquéllos, en que éste enlace es pensado sin
identidad, deben llamarse juicios sintéticos. Los primeros pudieran llamarse
juicios de explicación, los segundos juicios de ampliación, porque aquellos no
añaden nada con el predicado al concepto del sujeto, sino que lo dividen por
medio de análisis, en su conceptos-partes, pensados ya en él; los últimos en
cambio añaden al concepto del sujeto un predicado que no estaba pensado en él y
no hubiera podido sacarse por análisis alguno.
Los juicios de
experiencia son todos sintéticos. Sería absurdo en fundamentar en la
experiencia un juicio analítico, pues no he de salir de mi concepto para
formular el juicio y no necesito para ello, por lo tanto, testimonio de la
experiencia. Ejemplo. La proposición: un cuerpo es extenso, es una proposición
que subsiste a priori y no es juicio alguno de experiencia. Pues antes de ir a
la experiencia, tengo ya el concepto de todas las condiciones para mi juicio, y
del concepto sacar el predicado por medio del principio de contradicción,
pudiendo así mismo tomar conciencia al mismo tiempo, de la necesidad del
juicio, cosa que la experiencia no podrá enseñarme.
V. Los juicios
matemáticos son todos aquellos sintéticos. Las proposiciones propiamente matemáticas
son siempre juicios a priori y no empíricos, la cual no puede ser derivada de
la experiencia; es tan solo un conocimiento puro.
Podría pensarse al
principio que la proposición: 7+5= 12, es una proposición meramente analítica,
que se sigue el concepto de una suma de siente y de cinco, según el principio
de contradicción. Pero el concepto de la suma no encierra nada más que la
reunión de ambos números en uno solo. El concepto de doce no es pensado, ya en
el pensamiento de aquella reunión de siete y de cinco, y por mucho que se
analice el concepto de una suma semejante posible, no encontraré en él el número
doce. Hay que salir de esos conceptos, ayudándose con la intuición que
corresponde a uno de ellos. La
proposición aritmética es siempre sintética; pues, aunque le demos muchas
vueltas a nuestros conceptos, no podemos nunca encontrar la suma por medio del
mero análisis de nuestros conceptos y sin la ayuda de la intuición.
En la ciencia de la
naturaleza contiene juicios sintéticos a priori como principios. Por ejemplo,
en el concepto de materia no se piensa en la permanencia, sino sólo en la
presencia de la materia en el espacio, así pues, salgo realmente del concepto
de la materia, para pensar a priori unido a él, algo que no pensaba en él.
I.
VI. El problema propio de
la razón pura está encerrado en la pregunta: ¿Cómo son posibles los juicios
sintéticos a priori? David Hume fue el más que se acercó al problema,
aunque quedándose en la proposición sintética del enlace del efecto con su
causa, creyó haber demostrado que semejante proposición es enteramente
imposible a priori y, según sus conclusiones, todo lo que llamamos metafísica
vendría a ser una mera ilusión de supuesto conocimiento racional de lo que en
realidad solo de la experiencia esta sacado y recibido por el hábito la
apariencia de la necesidad.
La crítica de la razón
pura conduce en último término a la ciencia y los conceptos que residen a
priori en nuestra razón, no es el fin de la metafísica, sino solamente un
preparativo para la metafísica propiamente dicha, o sea para extender el
conocimiento a priori sintéticamente; y eso no sirve para ello, pues no muestra
más que lo que se halla contenido en esos conceptos, pero cómo nosotros
llegamos a priori a esos conceptos para luego poder determinar también su uso
valedero en consideración de los objetos de todo conocimiento en general.
II.
VII. De todo esto se deduce
la idea de una ciencia particular que puede llamarse critica de la razón pura.
Pues razón es la facultad que proporciona los principios del conocimiento a
priori. Por esta razón pura que contiene los principios para conocer algo
absolutamente a priori. Un Órganon de la
razón pura sería un conjunto de los principios según los cuales todos los
conocimientos puros a priori pueden ser adquiridos y realmente establecido. Llamo
trascendental a todo conocimiento que se ocupa en general no tanto de los
objetos como de nuestro modo de conocerlos, en cuanto éste debe ser posible a
priori. Un sistema de semejantes conceptos se llamaría filosofía trascendental.
Pues como una ciencia semejante debe contener por completo no sólo el
conocimiento analítico sino también el sintético a priori.
El principal cuidado
que hay que tener en la división de una ciencia semejante, es que no debe
entrar en ella ningún concepto algo
empírico; que el conocimiento a priori sea enteramente puro. Hay dos ramas del
conocimiento humano: la sensibilidad y el entendimiento. En la primera nos son
dados objetos; por medo de la segunda son los objetos pensados. Por cuanto a la
sensibilidad debe contener representaciones a priori, que constituyan la
condición bajo la cual nos son dados los objetos, pertenecerá a la filosofía
trascendental.
La estética
trascendental.
Como sea el modo y el
medio con que un conocimiento se refiere a sus objetos, la referencia inmediata
que todo pensar busca como medio, se llama intuición; ésta no se verifica sino
en cuanto el objeto nos es dado mediante que el objeto afecte al espíritu de
cierta manera. La capacidad de recibir presentaciones por el modo como somo
afectados por objetos, llámase sensibilidad. Por medio de la sensibilidad nos
son dados los objetos y ella sola nos proporciona intuiciones. Y el efecto de
un objeto sobre la capacidad de representación, en cuanto somos afectados por
él, es sensación.
A la ciencia de todos
los principios a priori de la sensibilidad, llamo yo Estética trascendental. Tiene que haber, por
tanto, una ciencia semejante, que constituya la primera parte de la doctrina
elemental trascendental, en oposición a aquella otra que encierra los
principios del pensar puro y se llama lógica trascendental. En esta
investigación se hallará que hay, como principios del conocimiento a priori,
dos puras formas de la intuición sensible; espacio y tiempo.
El espacio.
El espacio no es un
concepto empírico sacado de experiencias externas. La representación del
espacio no puede ser tomada por experiencia de las relaciones del fenómeno
externo, sino que esta experiencia externa no es ella misma posible. El espacio
es una representación a priori. Según esto, la representación del espacio no
puede ser tomada, por experiencia, de las relaciones del fenómeno externo, sino
que esta experiencia externa no es ella misma posible mediante dicha
representación. El espacio es una representación necesaria a priori, que está a
la base de todas las intuiciones externas, considerado, pues que es el espacio
como la condición de la posibilidad de los fenómenos y no como una
determinación dependiente; como representación a priori, está a la base de los
fenómenos externos.
Él es esencialmente
uno; lo múltiple en él y, por tato también el concepto de universalidad de
espacios en general se origina sólo en limitaciones. También es representado
como una magnitud infinita dada, sin embargo, así es pensado el espacio. Así
pues, la originaria representación del espacio es intuición a priori y no
concepto. ¿Qué tiene que ser pues la representación del espacio para que sea
posible semejante conocimiento de él? Tiene que ser originalmente intuición,
pero esta intuición tiene que hallarse en nosotros a priori, es decir, antes de
toda percepción de un objeto y ser, por tanto, intuición pura, no empírica.
Tiempo
El tiempo no es un
concepto empírico que se drive de una experiencia. Es una representación
necesaria que está a la base de todas las intuiciones, no se puede quitar el
tiempo, aunque puede muy bien sacar el tiempo los fenómenos. El tiempo es pues
dado a priori; el tiempo mismo no puede ser suprimido pero los fenómenos pueden
desaparecer. El tiempo no es un concepto discursivo o, como se le llama,
universal, sino una forma pura de la intuición sensible. El concepto del cambio
y con el concepto del movimiento no son posibles sino mediante y en la
representación del tiempo; que, si esa representación no fuese intuición a
priori, no podría concepto alguno, fuere el que fuere, hacer comprensible la
posibilidad de un cambio, es decir de un enlace de predicado
contradictoriamente opuestos; el ser en un lugar y el no ser esa misma cosa en
el mismo lugar, en uno y en el mismo objeto.
El tiempo no es algo
que exista por sí o que convenga a las cosas como determinación objetiva. El
tiempo no es nada más que la forma del sentido interno, es decir, de la
intuición de nosotros mismo y de nuestro estado interno. Pues el tiempo no
puede ser una determinación de fenómenos externos; ni pertenece a una figura ni
a una posición, y en cambio, determina la relación de las representaciones de
nuestro estado interno. El espacio, como forma pura de toda intuición externa,
está limitado. Como condición a priori, sólo los fenómenos externos.
Todos los fenómenos
externos están determinados en el espacio y a priori, puedo decir, por el
principio del sentido interno, con toda generalidad; todos los fenómenos en
general, es decir, todos los objetos de los sentidos son en el espacio y están
necesariamente en relaciones de tiempo. El tiempo es, pues, solamente una
condición subjetiva de nuestra intuición (la cual es siempre sensible y en la
medida de que somos afectados por objetos).
Espacio y tiempo son dos
fuentes de conocimiento de las cuales a priori podemos extraer diferentes
conocimientos sintéticos; la materia pura nos da un ejemplo brillante, por lo
que se refiere a los conocimientos del espacio y sus relaciones. En fin, se
comprende también claramente que la estética trascendental no pueda contener
más que esos dos elementos, a saber: espacio y tiempo. Todos los demás
conceptos, en efecto, que pertenecen a la sensibilidad, incluso el del
movimiento, que reúne ambas partes, presuponen algo empírico.
III.
VIII. Toda nuestra intuición
no es nada más que la representación del fenómeno; que las cosas que intuimos
no son en sí mismas lo que intuimos en ellas, ni tampoco están constituidas sus
relaciones en sí mismas como nos parecen a nosotros; y que si suprimiéramos nuestro
sujeto a aún sólo la constitución subjetiva de los sentidos en general,
desaparecerían toda constitución, todas la relaciones de los objetos en el
espacio y tiempo, y aún el espacio y el tiempo mismo que, como fenómenos, no
pueden existir en sí mismo, sino sólo en nosotros.
El espacio y el tiempo
son las formas puras de ese modo de percibir; la sensación, en general, es la
materia. A que las podemos sólo conocerlas a priori, es decir, antes de toda
percepción real y por eso se llaman intuiciones puras; la sensación, empero,
es, en nuestro conocimiento, lo que hace que éste sea llamado conocimiento a
posteriori, es decir, intuición empírica.
Por lo tanto, decir
que nuestra sensibilidad toda no es más que a representación confusa de las
cosas, representación que encierra solamente lo que les conviene a las cosas en
sí mismas, aunque en tal amontonamiento de caracteres y representaciones
parciales, que no podemos analizarlo con clara conciencia, es falsear el
concepto de sensibilidad y de fenómeno, haciendo inútil y vacía toda la teoría
de éstos.
En cambio, la
representación de un cuerpo no encierra en la intuición nada que pueda convenir
a un objeto en sí, sino contiene el fenómeno de algo y el modo como nosotros
somos afectado por ese algo; y esa receptividad de nuestra capacidad de
conocimiento se llama sensibilidad y sigue siendo totalmente diferente del
conocimiento del objeto en sí mismo, aunque se penetre en el fenómeno hasta el
mismo fondo.
IV.
IX. ¿Cómo son posibles
proposiciones sintéticas a priori? Constituyen esta parte las intuiciones puras
a priori, espacio y tiempo, en las cuales, cuando haciendo un juicio a priori
queremos salir del concepto, pero en sí en la intuición que le corresponde y
puede ser sintéticamente enlazado con el primero; estos juicios por dicha razón
no pueden entenderse, sin embargo, más que a objetos de los sentidos y valen
sólo para objetos de la experiencia posible.
La lógica
trascendental.
I. I. Nuestro conocimiento
se origina en dos fuentes fundamentales del espíritu; la primera es la facultad
de recibir representaciones, la segunda es la
facultad de conocer un objeto mediante esa representaciones; por la primera
nos es dado un objeto, por la segunda es éste pensado en relación con aquella
representación.
Llamaremos
sensibilidad a la receptividad de nuestro espíritu para recibir
representaciones, en cuanto éste es afectado de alguna manera; llamaremos en
cambio entendimiento a la facultad de producir nosotros mismo representaciones,
o a la espontaneidad del conocimiento. Nuestra naturaleza lleva consigo que la
intuición no pueda ser nunca más que sensible, es decir, que encierre sólo el
modo como somos afectados por objetos. En cambio, es el entendimiento la
facultad de pensar el objeto de la intuición sensible. Sin sensibilidad, no nos
sería dado objeto alguno; y sin entendimiento, ninguno seria pensado. Por eso
es tan necesario hacerse sensibles los conceptos, es decir, añadirles el objeto
de la intuición, como hacerse comprensibles. El entendimiento no puede intuir
nada, y los sentidos no pueden pensar nada.
En la lógica general
es lógica pura o lógica aplicada. En la primera hacemos abstracción de todas
las condiciones empíricas bajo las cuales nuestro entendimiento de ejercita,
del influjo de los sentidos, del juego de la organización, de las leyes de la
memoria, de la fuerza de las costumbre, de la imaginación. Una lógica general, pero pura, tiene solo que
ocuparse de principios a priori, más la lógica general se llama luego aplicada
cuando se refiere a las reglas del entendimiento, bajo las condiciones
subjetivas empíricas que nos enseña la psicológica.
II.
II. La lógica general hace
abstracción, de todo contenido del conocimiento, es decir; de toda referencia
del conocimiento al objeto y considera solamente la forma lógica en la relación
de los conocimientos entre sí, es decir, la forma del pensamiento en general.
Así como hay intuiciones puras y empíricas, así también podrá hallarse una
distinción entre un pensar puro y un pensar empírico de los objetos. En este
caso, habría una lógica en la cual no se hiciera abstracción de todo contenido
del conocimiento. Solo puede llamarse trascendental el conocimiento de que esas
representaciones no tienen un origen empírico y la posibilidad de que una
determinación geométrica a priori se refiera, sin embargo, a priori a objetos
de la experiencia.
III.
III. En la pregunta, ¿Qué
es la verdad?; su definición nominal de la verdad, a saber, que es la
coincidencia del conocimiento con su objeto. Si verdad consiste en la
coincidencia de un conocimiento con su objeto, entonces ese objeto debe
distinguirse de otros; pues un conocimiento es falso cuando no coincide con el
objeto, aunque encierre algo que pueda quizá valer para otros objetos. Ahora
bien, un criterio general de la verdad sería el que fuese valedero para todos
los conocimientos en general, sin distinción de objetos.
Es también claro que
la lógica, en cuanto indica las reglas universales y necesarias del
entendimiento, tiene que exponer, precisamente en esa reglas, criterios de la
verdad. La lógica general resuelve en sus elementos la función formal del entendimiento
y de la razón y expone dichos elementos como principios de todo juicio lógico
de nuestro conocimiento. Esta parte de la lógica puede llamarse analítica; ya
que ante todo hemos de examinar y apreciar según estas reglas de conocimiento
en su forma. La lógica general, considerada como órganon, es siempre una lógica
de apariencia, es decir, dialéctica. No nos enseña nada sobre el contenido del
conocimiento, sino sólo las condiciones formales de la concordancia con el
entendimiento.
IV. IV. Analítica trascendental
Esta analítica es la
descomposición de todo nuestro conocimiento a priori en los elementos del
conocimiento puro del entendimiento. Trátese los siguientes puntos.
·
Que los conceptos sean conceptos puros y no empíricos
·
Que no pertenezca a la intuición y a la sensibilidad, sino al pensar y
al entendimiento.
·
Que sean conceptos elementales y se distingan de los deducidos compuestos
Analítica de los
conceptos
No es el análisis de
lo mismo o el procedimiento usual en las investigaciones filosóficas de descomponer
en su contenido los conceptos que se ofrecen y traerlos a la claridad, sino son
el análisis, menos intentado aún, de la facultad misma del entendimiento, para
inquirir la posibilidad de los conceptos a priori, buscándolos en el solo
entendimiento, como lugar de su nacimiento, y analizando el suso puro.
V.
X. El entendimiento fue
definido arriba sólo negativamente, como una facultad no sensible de
conocimiento. Pero no podemos sin la sensibilidad, tener intuición alguna. El
entendimiento pues no es una facultad de intuición. Más fuera de la intuición
no hay otro modo de conocer, sino por los conceptos. Por tanto, el conocimiento
de todo entendimiento, por lo menos humano, es un conocimiento por conceptos,
no intuitivo, sino discursivo. Los conceptos se fundan pues, en la
espontaneidad del pensar; como las intuiciones sensibles en la receptividad de
las impresiones.
Pensar es conocer por
conceptos, los conceptos empero se refieren, como predicados de posibles
juicios, a alguna representación de un objeto aún indeterminado. Así pues, el
concepto de cuerpo significa algo, es pues el predicado para un posible juicio.
VI.
XI. Si hacemos abstracción
de todo contenido de un juicio en general y atendemos sólo a la mera forma del
entendimiento en él, encontramos que la función del pensar, en el juicio, puede
reducirse a cuatro rubricas, cada una de las cuales encierra tres momentos.
Puede representarse en la siguiente tabla.
Cantidad de juicios
|
Universales, Particulares, Singulares.
|
Cualidad
|
Afirmativos, Negativos, Infinitos
|
Relación
|
Categóricos, Hipotéticos, Disyuntivos
|
Moralidad
|
Problemáticos, Asertóricos, Apodícticos
|
VII.
XII. La lógica
transcendental tiene ante sí un múltiple de la sensibilidad a priori, que la
estética trascendental le ofrece, para dar a los conceptos puros del
entendimiento una materia, sin la cual quedaría esa lógica sin contenido alguno
y por tanto seria enteramente vana. El espacio y el tiempo encierran un
múltiple de la intuición pura a priori, pero pertenecen a las condiciones de la
receptividad de nuestro espíritu, bajo las cuales tan solo puede éste recibir
representaciones de objetos, que por lo tanto han de afectar siempre también al
concepto de estos. Más la espontaneidad de nuestro pensar exige que ese
múltiple sea primero recorrido, recogido y reunido para hacer de él un
conocimiento; a esta acción llamo síntesis.
La síntesis es pura
cuando lo múltiple no es dado empíricamente sino a priori, en su representación
general, da el concepto puro del entendimiento. El mismo entendimiento mediante
las mismas acciones por la cuales produjo en los conceptos la forma lógica de
un juicio por medio de la unidad analítica, pone también, por medio de la
unidad sintética o de lo múltiple en la intuición general, un contenido
transcendental en sus representaciones, por lo cual llámase éstas conceptos
puros del entendimiento, refiriéndose a priori a los objetos. De esta manera se
origina precisamente tantos conceptos puros del entendimiento referidos a
priori a objetos de la intuición en general; vamos a llamar a esos conceptos
categorías, según Aristóteles, pues que nuestra intención es la misma que la
suya, en un principio, si bien se aleja mucho de ella en su desarrollo.
Cantidad
|
Unidad, pluralidad, totalidad
|
Cualidad
|
Realidad, negación, limitación
|
Relación
|
Inherencia y substancia
Causalidad y dependencia. Comunidad
|
Modalidad
|
Posibilidad-imposibilidad
Existencia-no existencia
Necesidad-contingencia
|
VIII.
XIII. Llamo deducción
trascendental a los conceptos a priori la explicación del modo como esos
conceptos a priori pueden referirse a los objetos; y ésta se distingue de la
deducción empírica, que señala el modo como un concepto ha sido adquirido por
experiencia y reflexión sobre la experiencia. Por tanto, la deducción empírica
no se refiere a la legitimidad sino al hecho de dónde se ha originado la
posesión. Los conceptos del espacio y del tiempo, como formas de la sensibilidad,
y las categorías, como conceptos del entendimiento. En cambio, con los
conceptos puros del entendimiento comienza la necesidad inevitable de buscar la
deducción trascendental, pues que los objetos de la intuición sensible tienen
que ser conformes a las condiciones de la sensibilidad, que están en el
espíritu a priori.
IX.
XIV. Hay dos posibles casos,
en los cuales pueden coincidir las representaciones sintéticas con sus objetos,
referirse necesariamente unas a otros y por decirlo así salirse al encuentro. O
que sea el objeto que hace posible la representación, o que ésta sea la que
hace posible el objeto. Si ocurre lo primero, entonces la relación es empírica
y la representación no es nunca posible a priori. Si ocurre lo segundo, puesto
que la representación en sí misma no produce su propio objeto. Hay dos
condiciones en la que es posible el conocimiento de un objeto; primeramente,
intuición, por la cual es dado el objeto, pero solo como fenómeno; y, en
segundo lugar, concepto, por el cual es pensado un objeto que corresponde a esa
intuición.
Definición de
categorías: son conceptos de un objeto en general, por medio de las cuales la
intuición de éste es considerada como determinada con respecto a una de las
funciones lógicas en los juicios.
X.
XV. La representación que pueda ser dada antes de
todo pensar, llámase intuición. Así pues todo múltiple de la intuición tiene
una relación necesaria con el yo pienso, en el mismo sujeto en donde ese
múltiple es hallado. Esa
representación es un acto de la espontaneidad, es decir, que no puede ser
considerada como perteneciente a la sensibilidad. Le denominamos apercepción pura, para distinguirla de la
empírica, o también apercepción originaria, porque es aquella autoconciencia
que, produciendo la representación yo pienso.
XI.
XVI. Principio supremo de la posibilidad de toda
intuición, con respecto a la sensibilidad, era, según la estética
transcendental: que todo lo múltiple de aquélla se halla bajo las condiciones
formales del espacio y del tiempo. El
principio supremo de la misma con respecto al entendimiento es: que todo lo
múltiple de la intuición se halla bajo las condiciones de la unidad sintética
originaria de la apercepción. El primer conocimiento puro del entendimiento, aquél sobre el que se
funda todo su uso posterior, y que es también al mismo tiempo, enteramente
independiente de todas las condiciones de la intuición sensible, es pues el
principio de la unidad sintética originaria de la apercepción. La unidad sintética de la conciencia es pues
una condición objetiva de todo conocimiento; no que yo la necesite sólo para
conocer un objeto, sino que es una condición bajo la cual tiene que estar toda
intuición, para llegar a ser objeto para mí, porque de otro modo, y sin esa
síntesis, lo múltiple no se uniría en una conciencia.
XII.
XVI. La unidad transcendental de la apercepción es
la que une en un concepto del objeto todo lo múltiple dado en una intuición.
Por eso llámase objetiva y debe distinguirse de la unidad subjetiva de la
conciencia, que es una determinación del sentido interno, por la cual lo
múltiple de la intuición es dado empíricamente para aquel enlace. Que yo pueda empíricamente tener conciencia de
lo múltiple como simultáneo o como sucesivo, es cosa que depende de
circunstancias o condiciones empíricas. Por eso la unidad empírica de la
conciencia, por asociación de las representaciones, se refiere a un fenómeno y
es enteramente contingente. En cambio, la forma pura de la intuición en el
tiempo, como mera intuición en general, que contiene un múltiple dado, se halla
bajo la unidad originaria de la conciencia, exclusivamente por la referencia
necesaria de lo múltiple de la intuición a un yo pienso, y por lo tanto por la
síntesis pura del entendimiento, la cual está a priori a la base de la
empírica.
XIII.
XVIII. Todo lo múltiple en cuanto es dado en una
intuición empírica, está determinado con respecto a una de las funciones
lógicas en los juicios, por medio de la cual es reducido a una conciencia en
general. Mas las categorías no son otra cosa que esas mismas funciones en los
juicios, en cuanto lo múltiple de una intuición dada está determinado con
respecto a ellas. Así pues lo múltiple en una intuición dada se halla
necesariamente bajo categorías. Una
multiplicidad, contenida en una intuición que llamo mía, es representada, por
la síntesis del entendimiento, como perteneciente a la necesaria unidad de la
autoconciencia, y esto sucede mediante la categoría.
XIV.
XIX. Pensar un objeto y conocer un objeto no es lo mismo. En el conocimiento hay efectivamente
dos partes; primero el concepto, por el cual en general un objeto es pensado
(la categoría) y segundo la intuición por la cual el objeto es dado; pues si al
concepto no pudiese serle dada una intuición correspondiente, sería un
pensamiento según la forma, pero sin ningún objeto, no siendo posible, por
medio de él, conocimiento de cosa alguna; porque no habría nada ni podría haber
nada a que pudiera aplicarse mi pensamiento. Ahora bien, toda intuición posible
para nosotros es sensible (estética); así pues el pensamiento de un objeto en
general, por medio de un concepto puro del entendimiento, no puede llegar a ser
en nosotros conocimiento más que cuando ese concepto puro del entendimiento es
referido a objetos de los sentidos.
XV.
XX. Los
conceptos puros del entendimiento se refieren, mediante el mero entendimiento,
a objetos de la intuición en general, sin que se determine si es la nuestra o
alguna otra, aunque ha de ser sensible; pero por eso precisamente son meras
formas del pensamiento, por las cuales no se conoce objeto alguno determinado.
La síntesis o enlace de lo múltiple en los mismos se refirió solo a la unidad
de la apercepción y era por eso el fundamento de la posibilidad del
conocimiento a priori, por cuanto descansa en el entendimiento y por tanto no
sólo es transcendental sino también puramente intelectual.
Pero
como en nosotros hay una cierta forma de la intuición sensible a priori, que
descansa en la receptividad de la facultad representativa (sensibilidad), puede
el entendimiento, como espontaneidad, determinar el sentido interno, mediante
lo múltiple de representacio- nes dadas, conforme a la unidad sintética de la
apercepción, y pensar así la unidad sintética de la apercepción de lo múltiple
de la intuición sensible a priori, como la condición bajo la cual todos los objetos
de nuestra intuición (la humana) necesariamente tienen que estar; mediante
esto, pues, reciben las categorías, como meras formas de pensamiento, realidad
objetiva, es decir aplicación a objetos que pueden sernos dados en la
intuición, pero solo como fenómenos; pues solo de éstos podemos tener intuición
a priori.
XVI.
XXI. Ahora
debe explicarse la posibilidad de conocer a priori, por categorías, los objetos
que puedan presentarse a nuestros sentidos, no según la forma de su intuición,
sino según las leyes de su enlace, la posibilidad pues de prescribir la ley,
por decirlo así a la naturaleza y de hacerla incluso posible.
Tenemos
formas de la intuición sensible a priori, tanto externa como interna, en las
representaciones del espacio y del tiempo y la síntesis de la aprehensión de lo
múltiple del fenómeno debe siempre serles conforme, porque no puede ella misma
ocurrir más que según aquella forma. Pero el espacio y el tiempo no son sólo
representados a priori como formas, sino como intuiciones mismas (que encierran
un múltiple), con la determinación pues de la unidad de ese múltiple en ellas.
XXII. No
podemos pensar objeto alguno a no ser por categorías; no podemos conocer objeto
alguno pensado, a no ser por intuiciones que correspondan a aquellos conceptos.
Ahora bien, todas nuestras intuiciones son sensibles y ese conocimiento, por
cuanto es dado el objeto del mismo, es empírico. Mas conocimiento empírico es
experiencia. Por consiguiente ningún conocimiento a priori nos es posible, a no
ser tan sólo de objetos de experiencia posible. Pero ese conocimiento, que
queda limitado meramente a objetos de la experiencia, no por eso está todo él
tomado de la experiencia, sino que,
tanto las intuiciones puras como los conceptos puros del entendimiento son elementos
del conocimiento que se encuentran a priori en nosotros.
Libro segundo De la Analítica transcendental
La Analítica de los principios será pues tan
sólo un canon para el juicio, a quien enseña a aplicar los conceptos del
entendimiento -que contienen la condición para reglas a priori- a los
fenómenos. Por esta causa, aunque tomo propiamente por tema los principios del
entendimiento, usaré la denominación de doctrina del juicio, por donde este
tema queda señalado con mayor exactitud.
La lógica general no tiene preceptos para el
juicio y no puede tenerlos. Pues como hace abstracción de todo contenido del
conocimiento, no le resta más quehacer sino descomponer analíticamente la mera
forma del conocimiento en conceptos, juicios y raciocinios, y establecer así
reglas formales de todo uso del entendimiento.
La causa de la ventaja que, en esta parte,
ofrece sobre todas las demás ciencias doctrinales consiste precisamente en que
trata de conceptos que deben referirse a priori a sus objetos; por tanto su
validez objetiva no puede ser expuesta a posteriori, pues esto dejaría intacta
aquella dignidad, sino que debe al mismo tiempo exponer, en características
generales pero suficientes, las condiciones bajo las cuales pueden ser dados
objetos en concordancia con esos conceptos, sin lo cual éstos quedarían sin
contenido alguno y serían por tanto meras formas lógicas y no conceptos puros
del entendimiento.
I.
En
todas las subsunciones de un objeto bajo un concepto, tiene que ser la
representación del primero homogènea con el segundo, es decir el concepto debe
contener aquello que es representado en el objeto a subsumir en él; esto
precisamente es lo que significa la expresión:
un objeto está contenido en un concepto.
Es
pues claro que tiene que haber un tercer término que debe de estar en
homogeneidad por una parte con la categoría y por otra parte con el fenómeno, y
hacer posible la aplicación de la primera al último. Esa representación
medianera ha de ser pura y sin embargo, por una parte, intelectual y por otra,
sensible. Tal es el esquema transcendental. Ahora bien, una determinación transcendental
del tiempo es homogénea con la categoría, por cuanto es universal y descansa en
una regla a priori. Esa condición
formal y pura de la sensibilidad, a la cual el concepto del entendimiento en su
uso está restringido, vamos a llamarla esquema de ese concepto del
entendimiento y llamaremos esquematismo del entendimiento puro al proceder del
entendimiento con esos esquemas.
El
esquema es en sí mismo tan sólo un producto de la imaginación; pero ya que la
síntesis de esta última tiene por objeto no una intuición única, sino la unidad
en la determinación de la sensibilidad, hay pues que distinguir el esquema de
la imagen. En realidad, a la base de nuestros conceptos
puros sensibles no hay imágenes de los objetos, sino esquemas. Al concepto de
un triángulo en general no podría nunca adecuarse imagen alguna del mismo.
II.
Nuestro
tema es ahora exponer en enlace sistemático los juicios que el entendimiento,
con esa crítica cautela, lleva a cabo realmente a priori; para ello deberá
darnos sin duda nuestra tabla de las categorías la dirección natural y segura.
Pues precisamente la referencia de las categorías a la experiencia posible es la
que debe constituir todo conocimiento puro a priori del entendimiento y la
relación de las categorías con la sensibilidad en general expondrá todos los
principios transcendentales del uso
del entendimiento, íntegros y en un sistema.
Los
principios a priori tienen ese nombre no sólo porque contienen los fundamentos
de otros juicios, sino también porque no se fundan ellos mismos en otros
conocimientos más altos y generales. En
segundo lugar, nos limitaremos a aquellos principios que se refieren a las categorías.
Los principios de la estética transcendental, según los cuales el espacio y el
tiempo son las condiciones de la posibilidad de todas las cosas, como fenómenos.
III.
En
el juicio sintético debo salir del concepto dado para considerar, en relación con
éste, algo totalmente distinto de lo en él pensado, relación que no es nunca ni
de identidad ni de contradicción y por la cual no puede conocerse en el juicio
mismo ni la verdad ni el error. Concedido, pues, que se deba salir de un
concepto dado para compararlo sintéticamente con otro, queda un tercer
requisito, en el cual solamente puede originarse la síntesis de ambos
conceptos. El espacio y el
tiempo mismos, tan puros de todo lo empírico como son estos conceptos, y tan
cierto como es que son representados enteramente a priori en el espíritu,
carecerían de validez objetiva, de sentido y significación si no se mostrara su
uso necesario en los objetos de la experiencia; es más, su representación es un
simple esquema que se refiere siempre a la imaginación reproductiva, que evoca
los objetos de la experiencia, sin los cuales carecerían de significación; y
así ocurre con todos los conceptos sin distinción.
IV.
En
la aplicación de los conceptos puros del entendimiento a la experiencia
posible, el uso de su síntesis es matemático o dinámico; pues se dirige unas
veces a la intuición, otras a la existencia de un fenómeno en general. Las
condiciones a priori de la intuición son empero totalmente necesarias, respecto
de una experiencia posible, mientras que las de la existencia de los objetos de
una posible intuición empírica son en sí sólo contingentes. Por eso los principios del uso matemático
tendrán necesidad incondicionada, o sea apodíctica; los del uso dinámico, en
cambio, tendrán ciertamente también el carácter de una necesidad a priori, mas
sólo bajo la condición del pensar empírico, en una experiencia.
La tabla de las
categorías nos da la pauta natural para la tabla de los principios, porque
éstos no son otra cosa que las reglas del uso objetivo de aquellas. Todos los
principios del entendimiento puro son:
1 Axiomas de la
intuición.
2 Anticipaciones
de la percepción.
3 Analogías de la
experiencia.
4 Postulados del
pen- sar empírico en general.
V.
Todos
los fenómenos contienen, según su forma, una intuición en el espacio y el
tiempo, que está a priori a la base de todos ellos. No pueden pues ser
aprehendidos, o sea recogidos en la conciencia empírica, sino por medio de la
síntesis de lo múltiple, mediante la cual se producen las representaciones de
un determinado espacio o tiempo; es decir, por medio de la composición de lo
semejante y la conciencia de la unidad sintética de ese múltiple.
Así
pues, la percepción misma de un objeto como fenómeno es sólo posible mediante
la misma unidad sintética de lo múltiple de la intuición sensible dada, por la
cual la unidad de la composición de lo múltiple semejante es pensada en el
concepto de una magnitud, es decir: los fenómenos son todos ellos magnitudes y
magnitudes extensivas, porque, como intuiciones en el espacio o en el tiempo,
tienen que ser representadas por la misma síntesis por la cual el espacio y el
tiempo son en general determinados
Como
la mera intuición de todos los fenómenos es el espacio o el tiempo, todo
fenómeno, como intuición, es una magnitud extensiva, puesto que no puede ser
conocido más que mediante una síntesis sucesiva de parte a parte en la
aprehensión. Todos los fenómenos son pues ya intuidos como unos agregados. En esta síntesis sucesiva de la imaginación
productiva en la creación de figuras fúndase la matemática de la extensión con
sus axiomas, que expresan las condiciones de la intuición sensible a priori,
bajo las cuales tan sólo puede realizarse el esquema de un concepto son los axiomas que se refieren propiamente
sólo a magnitudes como tales.
VI.
Percepción
es la conciencia empírica, es decir, una conciencia en la cual al mismo tiempo hay sensación. Los fenómenos, como objetos de
la percepción, no son intuiciones puras como el espacio y el tiempo. Ahora bien, de la conciencia empírica a la pura
es posible un cambio gradual, en el cual lo real desaparezca enteramente,
quedando sólo una conciencia formal de lo múltiple en el espacio y el tiempo. Todo conocimiento, por medio del cual puedo
conocer y determinar a priori lo que pertenece al conocimiento empírico, puede
llamarse anticipación; mas como hay algo
en los fenómenos que nunca es conocido a priori y que por lo tanto constituye
la diferencia peculiar entre el conocimiento empírico y el conocimiento a
priori, es a saber, la sensación.
Ahora
bien, lo que en la intuición empírica corresponde a la sensación, es realidad, lo que corresponde a la falta de la misma, es
negación. Así, pues, toda sensación, y por tanto toda
realidad en el fenómeno, por pequeña que sea, tiene un grado, es decir, una
magnitud intensiva, que siempre puede disminuir; y entre realidad y negación
hay una continua conexión de realidades posibles y de posibles percepciones más
pequeñas. Todo color tiene un grado,
el cual, por pequeño que sea, nunca es el más pequeño; y lo mismo ocurre con el
calor, el momento de la gravedad, etc.
La
cualidad de la sensación es siempre meramente empírica y no puede ser
representada a priori. Pero lo real que
corresponde en general a las sensaciones, en oposición a la negación representa
tan sólo algo cuyo concepto contiene en sí un ser, y no significa nada más que
la síntesis en una conciencia empírica en general.
VII.
La
experiencia es un conocimiento empírico, es decir un conocimiento que determina
un objeto por percepciones. Es pues una síntesis de las percepciones, que no
está contenida ella misma en la percepción, sino que contiene la unidad
sintética de lo múltiple de la percepción en una conciencia; esta unidad
sintética constituye lo esencial de un conocimiento de los objetos de los sentidos,
es decir de la experiencia.
Mas
como la experiencia es un conocimiento de los objetos por percepciones y, por
consiguiente, en ella debe ser representada la relación en la existencia de lo
múltiple, no tal como se junta en el tiempo, sino tal como es objetivamente en
el tiempo; como, además el tiempo mismo no puede ser percibido, resulta que la
determinación de la existencia de los objetos en el tiempo no puede ocurrir más
que por medio de su enlace en el tiempo en general, y por tanto sólo por medio
de conceptos enlazadores a priori.
VIII.
Todos los fenómenos son en el tiempo, en el
cual como substrato pueden ser representadas tanto la
simultaneidad como la sucesión. El tiempo pues, en el cual debe ser pensado
todo cambio de los fenómenos, queda y no cambia, porque es aquello en lo cual
pueden representarse la sucesión o simultaneidad como determinaciones del
tiempo. El substrato
empero de todo lo real, es decir, de lo perteneciente a la existencia de las
cosas, es la substancia, en la cual todo cuanto pertenece a la existencia puede
ser pensado sólo como determinación.
Por
eso, si podemos dar a un fenómeno el nombre de substancia, es sólo porque
suponemos su existencia en todo tiempo, lo cual no queda aún bien expresado en
la voz permanencia, que se refiere más al tiempo futuro. Las determinaciones de una substancia, que no
son otra cosa que modos particulares de existir la misma, llámanse accidentes.
Son siempre reales, porque tocan a la existencia de la substancia. Las substancias son los substratos de todas
las determinaciones del tiempo.
IX.
Simultáneas
son las cosas cuando, en la intuición empírica, la percepción de la una puede
seguir a la percepción de la otra y vice-versa. Ahora
bien, la simultaneidad es la existencia de lo múltiple en el mismo tiempo. Pero
no podemos percibir el tiempo mismo, para inferir que estando algunas cosas
puestas en un mismo tiempo, las percepciones de esas cosas pueden seguirse unas
a otras en cualquier orden.
Las
cosas son simultáneas, cuando existen en uno y el mismo tiempo. Mas ¿cuándo se
conoce que están en uno y el mismo tiempo? Se conoce, cuando el orden, en la
síntesis de la aprehensión de ese múltiple, es indiferente; es decir, cuando se
puede ir de A a E, pasando por B, C, D, o también al revés de E a A. Así pues, además del mero existir, debe haber
algo por lo cual A determina el lugar en el tiempo de B y viceversa B de A;
pues sólo con esa condición pueden las referidas substancias ser representadas
empíricamente como simultáneamente existentes. Ahora bien, para que una cosa
determine el lugar de otra en el tiempo ha de ser causa de ella o de sus
determinaciones.
Así
toda substancia debe contener en sí la causalidad de ciertas determinaciones en
las otras y al mismo tiempo los efectos de la causalidad de las otras, es
decir: las substancias deben estar en comunidad dinámica, si la simultaneidad
ha de ser conocida en alguna experiencia posible.
LOS POSTULADOS DEL PENSAR EMPÍRICO EN GENERAL
1-Lo
que conviene con las condiciones formales de la experiencia (según la intuición
y los conceptos), es posible.
2º.
Lo que está en conexión con las condiciones materiales de la experiencia (de la
sensación), es real.
3º.
Aquello cuya conexión con lo real está determinada según condiciones
universales de la experiencia, es (existe) necesariamente.
Las
categorías de la modalidad tienen esto de particular: que el concepto, al cual
son unidas como predicados, no es por ellas aumenta- do en lo más mínimo, como
determinación del objeto, sino que dichas categorías expresan sólo la relación
con la facultad de conocer.
X.
El idealismo es
la teoría que declara que la existencia de los objetos en el espacio fuera de
nosotros es o meramente dudosa e indemostrable o falsa e imposible.
El
idealismo dogmático es inevitable, cuando se considera el espacio como
propiedad que debe pertenecer a las cosas en sí mismas; pues entonces el
espacio, con todo aquello a que sirve de condición, es un absurdo. El idealismo problemático, que no afirma nada
sobre esto, sino sólo pretexta la incapacidad de demostrar por experiencia
inmediata cualquiera existencia, que no sea la nuestra, es razonable y conforme
a una manera de pensar fundamentada y filosófica, a saber: no permitir juicio alguno
decisivo antes de haber hallado una prueba suficiente. La prueba apetecida debe pues mostrar que de
las cosas exteriores tenemos experiencia y no sólo imaginación; lo cual no
podrá hacerse sino demostrando que nuestra experiencia interna misma, que Descartes
no ponía en duda, no es posible más que suponiendo la experiencia externa.
XI.
Los
principios del entendimiento puro, ya sean a priori constitutivos (como los
matemáticos) ya meramente regulativos (como los dinámicos), no contienen nada
más que, por decirlo así, el puro esquema para la experiencia posible; pues
esta toma su unidad sólo de la unidad sintética que el entendimiento
proporciona originariamente y de suyo a la síntesis de la imaginación, con
referencia a la apercepción; y en esa unidad deben los fenómenos, como data
para una posible experiencia, estar ya a priori en relación y concordancia.
El
uso empírico consiste en referirlo sólo a fenómenos, es decir, a objetos de una
experiencia posible. Ahora bien, el
objeto no puede ser dado, a un concepto más que en la intuición; y si bien una
intuición pura es posible a priori antes del objeto, esta misma no puede
recibir su objeto, es decir, la validez objetiva, si no es por medio de la
intuición empírica, cuya mera forma es.
Aun
cuando todos estos principios y la representación del objeto de que trata esa
ciencia, son producidos en el espíritu totalmente a priori, no significarían
sin embargo nada, si no pudiéramos exponer su significación siempre en
fenómenos. Por eso se exige hacer sensible un concepto separado, es decir,
exponer en la intuición el objeto que le corresponde, porque, sin esto, el
concepto permanecería sin sentido, es decir, sin significación. Ahora bien, debería pensarse que el concepto
de los fenómenos, limitado por la Estética transcendental, proporciona de suyo
la realidad objetiva de los noumenos y justifica la división de los objetos en
fenómenos y noumenos, por lo tanto también la del mundo en mundo de los
sentidos y mundo del entendimiento.
Todas
nuestras representaciones en realidad son referidas por el entendimiento a
algún objeto y como los fenómenos no son nada más que representaciones, el
entendimiento las refiere a algo, como objeto de la intuición sensible; pero
ese algo es sólo, en ese respeto, el objeto transcendental.
Pero
en lo que se refiere a la causa por la cual, no siendo satisfactorio el
substrato de la sensibilidad, se han añadido además de los fenómenos, los
noumenos que sólo el entendimiento puro puede pensar, esa causa obedece
solamente a que la sensibilidad y su campo, a saber el de los fenómenos, está
limitado por el entendimiento y no puede referirse a cosas en sí mismas, sino
sólo al modo como las cosas nos aparecen, merced a nuestra constitución
subjetiva. El objeto al cual refiero el fenómeno en
general es el objeto transcendental, es decir, el pensamiento, totalmente
indeterminado, de algo en general. Éste no puede llamarse noumeno; pues no sé
de él lo que en sí mismo sea y no tengo ningún concepto de él más que el de
objeto de una intuición sensible en general, que por tanto es idéntico para
todos los fenómeno. Las categorías,
según su origen, no se fundan en sensibilidad, como las formas de la intuición,
espacio y tiempo; parecen, por lo tanto, permitir una aplicación ampliada más allá
de todos los objetos de los sentidos.
XII.
Todo
nuestro conocimiento empieza por los sentidos; de aquí pasa al entendimiento, y
termina en la razón. del
entendimiento, hay un uso meramente formal, es decir lógico, cuando la razón
hace abstracción de todo contenido del conocimiento. Pero también hay un uso
real, por cuanto la razón contiene el origen de ciertos conceptos y principios,
que no toma ni de los sentidos ni del entendimiento. La primera de estas dos
facultades ha sido desde hace tiempo definida por los lógicos como la facultad
de concluir. Pero la segunda, que produce ella misma conceptos, no es de ese
modo conocida.
La Dialéctica transcendental se contentará,
pues, con descubrir la ilusión de los juicios, transcendentales e impedir al
mismo tiempo, que esta ilusión engañe. r.
Pues se trata de una ilusión natural, e inevitable, que descansa en principios
subjetivos y los usa como objetivos.
En
cambio, la dialéctica lógica, en la resolución de los sofismas, sólo tiene que
ocuparse de una falta en la aplicación de los principios, o de una ilusión
artificiosa en la imitación de los mismos. Ahora
bien, como todo conocimiento general, puede servir de mayor en un raciocinio, y
el entendimiento ofrece a priori estas proposiciones universales, pueden éstas,
en consideración de su posible uso, llamarse principios. Pero consideremos esos principios del
entendimiento puro, en sí mismos, según su origen.
XIII.
¿Puede
aislarse la razón? Y, una vez aislada, ¿sigue siendo la razón fuente de
conceptos y juicios, que sólo en ella se originan y con los cuales ella se
refiere a objetos? ¿O es simplemente una facultad subalterna, que da a
conocimientos dados cierta forma, llamada lógica, por donde los conocimientos
del entendimiento se subordinan unos a otros, las reglas inferiores a otras
superiores hasta donde ello pueda llevarse a cabo, por comparación de las
mismas? En una palabra,
la cuestión es: si la razón en sí, es decir, la razón pura a priori, contiene
principios sintéticos y reglas y en que puedan consistir esos principios. El
proceder formal y lógico de la razón, en los raciocinios, nos da ya suficiente
indicación del fundamento sobre el cual descansará el principio transcendental
de la razón, en el conocimiento sintético por razón pura.
La
unidad de la razón no es, pues, la unidad de una experiencia posible, sino que
es esencialmente distinta de ésta. Ésta es unidad del entendimiento
Sea
lo que quiera de la posibilidad de los conceptos por razón pura, éstos no son
obtenidos por mera reflexión sino por conclusión. Los conceptos del
entendimiento son también pensados a priori, antes de la experiencia y para
ésta; pero no contienen nada más que la unidad de la reflexión sobre los
fenómenos, por cuanto éstos deben pertenecer necesariamente a una posible
conciencia empírica
Los
conceptos de la razón sirven para concebir, como los conceptos del
entendimiento sirven para entender (las percepciones). Si contienen lo
incondicionado, refiérense a algo bajo lo cual se halla comprendida toda
experiencia, pero que no puede ello mismo ser nunca objeto de experiencia;
algo, hacia lo cual la razón, con sus conclusiones sacadas de la experiencia,
conduce, y según lo cual mide y aprecia el grado de su uso empírico, pero sin
constituir jamás un miembro de la síntesis empírica.
La
Analítica transcendental nos dio un ejemplo de cómo la mera forma lógica de
nuestro conocimiento puede contener el origen de conceptos puros a priori que
antes de toda experiencia representan objetos o más bien indican la unidad
sintética, que es la sola que hace posible un conocimiento empírico de objetos. La función de la razón, en sus conclusiones,
consistía en la universalidad del conocimiento por conceptos, y el raciocinio
mismo es un juicio, que es determinado a priori en toda la extensión de su condición.
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